Por: Yaily Valdés Jorge
Caminar con Dios es fácil, difícil se torna cuando queremos caminar sin Él, cuando confundimos su bendición y gracia con nuestras habilidades, cuando a los dones y talentos que nos regala les llamamos suerte.
Esta es una historia más de las tantas que el Padre Eterno permite.
Era una abogada de renombre, sus logros en la esfera empresarial no podían ser cuestionados. Cada día se levantaba con la seguridad de vencer todos los retos, nada podía detenerla. Acceder a todo lo que le gustaba era parte de su rutina. Sin lugar a dudas era considerada una mujer de éxito, así la veían muchos.
Esta dama en su juventud había escuchado de Dios, estudió su Palabra y hasta creía que lo conocía. Era reconocida por sus ofrendas y su corazón dadivoso. A la vista del hombre era sencillamente única. Mas Dios conoce a cada uno de sus hijos; aún en su infinito amor y misericordia conoce nuestras verdades más oscuras, y esa oveja estaba muy lejos de su Pastor.
Corrían los primeros días del año 2018, cuando una citación oficial cambiaría para siempre el destino de esta mujer. Un niño de un año y medio quedaría solo con su padre y abuelo; ella sería condenada a 5 años de privación de libertad, de los que debía cumplir, según la ley, al menos dos y seis meses. Nada de lo que materialmente había alcanzado serviría de algo, nada podía sostenerla. Mas allí, en lo profundo de su memoria espiritual, encontró la esperanza en medio de lo imposible: Jesús, y con Él hizo un pacto.
De rodillas en una celda, donde apenas había espacio para caminar, y reconciliada con el Padre Eterno, dijo: "Señor mi Dios, te entrego esta mi batalla más difícil con la certeza de que la pelearás por mí; yo en cambio cada día mientras esté en esta tierra, hablaré a alguien de tu misericordia. Y cuando salga de este lugar, trabajaré únicamente para tí."
Fácil no fue ni será nunca, pero caminar con Jesús hace ver los obstáculos desde otra óptica, y todos pueden ser sorteados con éxito, aún aquellos que no entendemos. En medio de su tristeza, de su culpa por estar lejos de su pequeño, de su lucha interna por adaptarse a un medio totalmente hostil, descubrió en el servicio alivio para su espíritu agobiado, y comenzó así a marcar la diferencia, pero esta vez para gloria y honra del Rey del Universo.
Logra establecer grupos de oración y estudio de la Palabra. Por su comportamiento excepcional, le propusieron trabajar en el área militar y recuerda con cariño, que debido a cierta influencia que el Señor permitió pudiera tener sobre la Directora del lugar, las muchachas le decían: ¡Ánimo, te toca ser el José de esta hora!
Pasado algún tiempo, cuando ya podía salir a trabajar (limpiar hospitales), Dios la puso de frente con personas de su "vida anterior" y permitió que estas personas, que sintieron dolor de verla vestida de presa, limpiando... en vez de consolar salieron consoladas con el testimonio de aquella mujer. La voz comenzó a correr, y aunque era difícil de entender, algo era innegable: en esa situación esta joven se había convertido en un instrumento de ESPERANZA. Oraba con los enfermos y familiares, mostraba en su carácter el amor de Dios, y se preparaba cada día, como atleta de alto rendimiento, para su regreso a casa.
Una nueva prueba llegaría a su vida de manos de la COVID 19: los círculos infantiles (casas de cuidado infantil) habían cerrado, su esposo debía cuidar a su pequeño y entonces, ¿cómo trabajaría para sustentar a la familia?
Para ese momento ella llevaba fuera de casa dos años y cuatro meses. Una madrugada se hincó una vez más de rodillas, y clamó: “Padre Eterno, yo sé que no tengo mérito alguno para hacerte esta petición, pero te ruego en tu misericordia, en tu amor infinito, que me permitas volver a casa”. No dijo más, el Señor conoce nuestras peticiones... y aproximadamente 12 horas después estaba regresando a casa.
No había palabras para agradecer al cielo, pero en medio de la alegría y el éxtasis del regreso, no podía acomodarse, había un pacto que cumplir y debía seguir en pos de Jesús. Colgó en el medio de su closet un uniforme azul de reclusa, y ante la mirada interrogativa de su esposo y demás familiares, sólo contestó: “No quiero olvidar de dónde Dios me sacó”.
Limpió hospitales, controló medicamentos, fue secretaria de una sala de Terapia Intensiva Pediátrica, y donde quiera que estaba, tenía un mensaje que compartir. Cuando terminó la cuarentena por la pandemia y con ella el cierre de las iglesias, las congregaciones regresaban a los templos. Muchas cosas tristes habían recibido de su iglesia local, pero allí debía volver, allí donde había caído sería levantada por la mano de Dios; allí regresó y abrazó todo curso, toda preparación, con el ansia de un moribundo que recibe solución a su enfermedad.
Llegó una campaña evangelística y ahí estuvo ella dando estudios bíblicos, visitando a desanimados, dando testimonio de lo que Dios había hecho. Y allí Dios se glorificó, y muchos conocieron de su verdad, y muchos regresaron a Su verdad. Allí Dios le colocó en sus manos la Dirección Nacional de 3IBN, un Ministerio Evangelístico Internacional naciente en su país. Allí Dios mismo le permitió conversar con altas autoridades gubernamentales y eclesiásticas del país.
Hoy su testimonio grita al mundo que por muy desahuciada que parezca nuestra existencia, Dios la puede transformar.
Actualmente es Directora del Ministerio Infantil y Directora del Ministerio Personal en su iglesia local. Cada tres semanas desde hace tres años, con sus propios recursos regresa a la prisión de mujeres y lleva el mensaje de salvación. Hay muchachas convertidas, sumadas a este ministerio de capellanía, que tiene como única credencial el deseo de hacer lo que Jesús hubiese hecho.
Hoy, junto a su familia de sangre y su familia de la fe, anima a otros a echar su suerte con Jesús. Agradecida de Dios, ella está convencida de que… ¡“para esta hora ha sido llamada”!
¿Puedes creerlo? ¡Esta persona SOY YO!
Yaily Valdés Jorge, Directora General del Ministerio 3IBN Cuba, junto a su esposo el artista plástico Diosdado Hernández